En una entrada anterior hablábamos de las fuertes retracciones de área e incluso extinciones que están experimentando los anfibios a escala planetaria y especialmente en las regiones intertropicales. Y es que este grupo de vertebrados es especialmente sensible a las alteraciones de su hábitat, al cambio climático y a la incidencia de epidemias.
Uno de los casos más dramáticos es el del sapo dorado de Monteverde (Bufo periglenes = Incilius periglenes), un bonito y pequeño sapo que habitó la Reserva Biológica de Monteverde, en Costa Rica en áreas localizadas en torno a 1500 m de altitud. El macho es el que presentaba esa llamativa coloración anaranjada-dorada, mientras que la hembra mostraba tonos bastante más discretos. Esta especie fue descrita para la ciencia en 1966 por Jay Savage y lo dramático es que desde 1989 no se ha vuelto a ver ningún ejemplar, tras quedar reducida su población a la mínima expresión en el periodo 1986-1988.
Sapo dorado de Monteverde (wikipedia.org) |
En este contexto es donde entran en escena Anchukaitis & Evans, que en 2010 presentaron en PNAS resultados paleoclimáticos que contradijeron en buena medida la explicación que hasta entonces se manejaba. Estos autores procedieron a reconstruir a largo plazo el clima en el antiguo hábitat del sapo dorado, el bosque nublado de Monteverde, en la cordillera Central costarricense. Para ello utilizaron la información sobre el clima pasado almacenada en la madera de los árboles para el periodo 1900-2002. A partir del registro de isótopos de oxígeno fijados en la madera de los árboles del género Pouteria (Sapotaceae) estos investigadores pudieron reconstruir el patrón de precipitaciones a lo largo del año en estas montañas de Costa Rica. La ciclicidad anual entre la estación lluviosa estival y el periodo seco pero con frecuentes nieblas genera alternancias en la composición relativa de isótopos de oxígeno que se puede utilizar para detectar periodos húmedos y secos y si éstos fueron especialmente acusados en verano o en invierno.
En Monteverde ya se había detectado que durante 1986-1987 había tenido lugar una intensa sequía asociada al fenómeno de El Niño, al igual que en 1982-1983. Se encontró una correlación importante entre la mortalidad debida a la quitridiomicosis y una menor incidencia de nieblas durante la estación seca en Monteverde, pero no una relación clara entre temperatura e mortalidad asociada a esa epidemia. El registro climático obtenido a partir de la madera muestra que durante ese periodo no se produjo una variabilidad excepcional en el clima de estas montañas, que es tremendamente variable entre años y suele hallarse muy ligado a la incidencia de El Niño. Asimismo, entre 1986 y 1988 sucedió un evento de El Niño de especial intensidad que supuso uno de los episodios más secos del último siglo. Todo esto lleva a los autores a proponer que la extinción del sapo dorado de Monteverde pudo deberse muy probablemente a la acción combinada de una sequía anormalmente intensa derivada de El Niño y al efecto letal de la quitridiomicosis, pero no por un ascenso de las temperaturas. Esta sequía habría conducido a los sapos a congregarse en las escasas charcas disponibles durante el periodo reproductor de 1987, facilitándose de este modo la propagación del hongo responsable de la quitidriomicosis.
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