Nueva Zelanda es un país fascinante y tremendamente atractivo, por razones muy diversas. Ya sea por sus grandiosos escenarios naturales -los Alpes del Sur con sus glaciares, los paisajes volcánicos, las costas, los fiordos-, sus maravillas y curiosidades naturales -multitud de animales y plantas endémicos, únicos y curiosos como el kiwi, la kea, los tuátaras, bosques de origen antiquísimo...-, su equipo nacional de rugby -"The All Blacks"-, la cultura maorí -con sus famosas hakas popularizadas por el equipo de rugby- o la grabación del Señor de los Anillos -algunos de los exteriores se grabaron aquí-, Nueva Zelanda es un destino que muchos tendremos en mente para futuros viajes.
Biogeográficamente constituye un lugar del máximo interés. Una gran parte de las especies animales y vegetales que pueblan este territorio son exclusivas del mismo, presentando una gran originalidad y permitiendo trazar los procesos evolutivos que han permitido la diversificación de ciertos seres vivos. Así, por ejemplo, las hayas del Hemisferio Sur (género Nothofagus) se encuentran actualmente distribuidas en la parte meridional de Sudamérica y Australasia (Nueva Zelanda, Australia, Nueva Guinea y Nueva Caledonia) y se han encontrado fósiles en la Antártida, lo cual sugiere que los ancentros comunes a las especies actuales ya estaban presentes cuando Gondwana, la masa continental que aglutinaba Sudamérica, África, la Antártida y Australasia-la India y Arabia, comenzó a desintegrarse, durante el Mesozoico (desde hace unos 185 millones de años).
Una vez nos hemos aproximado a los valores naturales que presenta este archipiélago, vamos a intentar profundizar en el inicio de la importante transformación del paisaje natural que actualmente presenta Nueva Zelanda (deforestación, especies invasoras...) desde que comenzó la ocupación humana hace unos 700-800 años. Antes del inicio de la ocupación humana, Nueva Zelanda estaba cubierta por bosques en un 85-90 % de su superficie, quedando los matorrales y las comunidades herbáceas limitados a zonas por encima del límite del arbolado. En la Isla Sur, los bosques debieron ser bastante cerrados y dominados por Nothofagus en los lugares más húmedos y elevados y por Podocarpaceae (un conjunto de coníferas australes: Dacrydium cupressinum, Prumnopitys spp., Dacrycarpus dacrydioides, Podocarpus spp., Halocarpus spp., Phyllocladus alpinus) en los sitios más secos situados en cotas más bajas. Los maoríes, pueblo de origen polinesio, llegaron a Nueva Zelanda en fechas bastante recientes, en torno a 1280 d.C. Se sabe que tras su llegada a la Isla Sur se produjo la deforestación del 40% de los bosques originales, que fueron sustituidos por pastos de herbáceas amacolladas (su aspecto se asemeja a jorobas sobre el terreno) y matorrales-helechares. Tras la llegada de los europeos a mediados del s. XIX d.C. se produjo la transformación de esas formaciones de matorral en zonas de pasto dominadas por especies europeas introducidas y que permitían la cría de ganado de origen europeo.
En prácticamente todos los rincones del mundo el fuego ha sido la principal herramienta para abrir claros en la vegetación y permitir el desarrollo de actividades humanas como la agricultura y el pastoreo. Un hecho ampliamente demostrado es que a menudo la intensificación en el uso del fuego por parte de las comunidades humanas va unida a oscilaciones climáticas que facilitan la expansión de esos incendios. David B. McWethy et al. (2010, PNAS) se plantearon en su estudio paleoecológico conocer el alcance de las modificaciones que sufrió el medio neozelandés con la llegada de las diferentes oleadas de colonización humana (maoríes, europeos), qué cambios se produjeron en los regímenes de incendios y si estos guardaron alguna relación con cambios climáticos.
Estos investigadores desarrollaron un trabajo muy importante, ya que analizaron hasta 16 secuencias sedimentarias procedentes de otros tantos lagos y turberas distribuidas a lo largo y ancho de la Isla Sur neozelandesa, abarcando todo el rango de condiciones climáticas y fisiográficas actuales. A partir de ellas reconstruyeron los regímenes de incendios analizando el registro de partículas de carbón macroscópicas asociado a esos incendios pasados, la estabilidad de las laderas y procesos erosivos midiendo la susceptibilidad magnética del sedimento y diversos parámetros de geoquímica, y las variaciones en las condiciones de los lagos a partir del registro de diatomeas y Chironomidae.
En cuanto a los resultados de este trabajo, el registro de carbones sedimentarios muestra que durante los doscientos años de la llegada de los maoríes aumentó de forma exagerada el número de incendios, registrándose entre 1 y 3 eventos (que pueden incluir uno o más fuegos cada uno) cada siglo. Este proceso no fue sincrónico en toda la isla pero se produjo en todo el territorio salvo en los enclaves más húmedos o donde la presencia de barreras naturales pudo dificultar la expansión del fuego por el territorio. Este periodo de alta recurrencia y severidad de incendios no estuvo asociado en ningún caso con las variaciones climáticas registradas en Nueva Zelanda en anillos de árboles y estalactitas en cuevas. Los densos bosques originales fueron sustituidos por helechares y matorrales y no se recuperaron ni durante el transcurso de los siglos siguientes. Tras este periodo inicial, durante el periodo Maorí tardío descendió la incidencia del fuego en el paisaje neozelandés, para después volver a incrementarse su utilización por parte de los colonos europeos. D este modo, todo apunta a que estos incendios fueron los responsables de la importante tasa de deforestación registrada en Nueva Zelanda tras la llegada de los maoríes. La deforestación trajo consigo un aumento en la inestabilidad de las laderas y procesos erosivos que han quedado registrados en los sedimentos. Los maoríes aclararon de forma notable los cerrados bosques de la Isla Sur para establecer paisajes en mosaico que favorecían de forma notable su economía, mientras que los europeos culminaron este proceso transformando esos matorrales y pastos amacollados en pastos más favorables a su ganado.
La escasa respuesta de los bosques neozelandeses tras los incendios puede ir ligada al hecho de que son formaciones que se han desarrollado bajo condiciones húmedas y frescas que no favorecieron las igniciones naturales que desencadenasen incendios. Así, las especies que componían esos bosques carecían casi por completo de adaptaciones al fuego, mostrando cortezas delgadas, poca capacidad de rebrote y semillas vulnerables al fuego.
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