martes, 8 de mayo de 2012

Los pinos y sus ancestrales adaptaciones al fuego (nada menos que desde la época de los dinosaurios)

En la actualidad, un buen número de especies de pinos a lo largo y ancho de la Tierra presentan una serie de características morfológicas y fisiológicas que se interpretan como adaptaciones a los incendios. En realidad, muchas formaciones dominadas por pinos se considera que mantienen su dominancia en el paisaje gracias a los incendios, que los liberarían de la competencia de las frondosas y les harían más sencilla su regeneración.

En la península Ibérica contamos con diversos ejemplos de adaptaciones al incendio en nuestras especies de pino. A continuación vamos a poner varios ejemplos que la mayor parte de los lectores podréis comprobar en vuestras próximas visitas al campo, e incluso en parques y jardines de vuestros pueblos y ciudades. Así, las gruesas cortezas que presentan en la parte baja del tronco el pino negral (Pinus nigra), el pino albar (P. sylvestris) o el pino resinero (P. pinaster) por ejemplo, ofrece una importante barrera protectora para el árbol frente a incendios de superficie al igual que la autopoda que muestran el pino albar o el negral. Otras especies como el pino carrasco (P. halepensis) o algunas poblaciones de pino resinero cuentan en sus copas con un banco de semillas aéreo que les permite sobrevivir a los virulentos incendios de copas que afectan de forma más o menos frecuente a sus bosques. Ese banco de semillas aéreo se encuentra alojado en un tipo de piñas que se denominan conos serótinos. Estas piñas cuentan con la particularidad de que se mantienen cerradas en la copa del árbol durante muchos años, hasta que las altas temperaturas que se alcanzan durante el incendio liberan los piñones (que mantienen su capacidad de germinación durante décadas) en un medio libre de vegetación competidora y abonado con las cenizas del reciente incendio, favoreciendo el establecimiento de una regeneración abundante y vigorosa.

Pino negral aislado en la parte alta de la sierra de La Sagra, mostrando la característica gruesa corteza de la parte basal del tronco.
Rama de pino resinero con abundantes conos serotinos en los pinares de la sierra del Teleno, Tabuyo del Monte (León).

Pero, ¿cuándo surgieron estas adaptaciones al fuego? Ésta es la principal cuestión que se plantean Tianhua He y sus colaboradores en un trabajo recientemente publicado en New Phytologist. Aunque existe evidencia sobre la incidencia del fuego sobre los ecosistemas terrestres desde hace más de 400 millones de años, el desarrollo de adaptaciones al fuego en plantas no alcanzaba más allá de 60 millones de años (Paleoceno) en Australia y 20 millones de años (Oligoceno) en Sudáfrica. A pesar de que durante el Cretácico (65-145 Ma), cuando las coníferas dominaban de forma clara la vegetación, se ha encontrado abundante carbón vegetal fósil y la concentración de oxígeno fue bastante más alta que ahora, no se había registrado aún la evolución de adaptaciones al incendio durante este periodo.

Los autores reconstruyen con los datos disponibles la filogenia de la familia Pinaceae, mostrando una historia evolutiva que se remonta al menos a 237 Ma. El clado de Pinus se originó en torno a 126 Ma. Del análisis de la filogenia de las Pinaceae se desprende que la presencia de cortezas delgadas, la dispersión inmediata de semillas tras su madurez y la ausencia de autopoda son los caracteres ancestrales de los árboles de esta familia. De las adaptaciones al fuego que muestran los pinos, el desarrollo de cortezas gruesas se correlaciona muy bien con incendios de superficie, mientras que la serotinidad va ligada de forma evolutiva a regímenes de incendios de superficie. También se infiere que la evolución de esas cortezas gruesas data al menos de hace unos 126 Ma nada menos, mientras que la serotinidad se ha registrado desde al menos 89 Ma y va muy ligada a la ausencia de autopoda.

El hecho de que las Pinaceae lleven habitando la Tierra desde hace al menos 237 Ma y no desarrollasen adaptaciones al fuego hasta hace unos 126 Ma (corteza gruesa), coincidiendo con un aumento en la concentración de oxígeno en la atmósfera y, por tanto, de la probabilidad de ignición. Hace unos 89 Ma cambia el régimen de incendios hacia una prevalencia de incendios de copas y una evolución más rápida de las adaptaciones al fuego, que además se diversifican. Es sugerente la relación que existe entre el aumento en la incidencia del fuego y la aparición de adaptaciones al mismo desde el inicio del Cretácico y las altas concentraciones de oxígeno (que aumenta la inflamabilidad de la vegetación) y dióxido de carbono (que potencia la productividad de la vegetación y la acumulación de combustible vegetal). La conclusión es que el Cretácico fue uno de los periodos más propicios para los fuegos y que esta circunstancia pudo promover la apertura de claros en los bosques de coníferas y que esto pudo favorecer la explosión de las Angiospermas. Algunos grupos de Angiospermas pudieron incluso contribuir al desarrollo de ese régimen de incendios, llevando a un incremento en la acumulación de combustible vegetal.

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